¿Todo se reduce a los bienes materiales?

Cuando pensaba en personas con dinero, siempre me venían a la mente imágenes de villas lujosas, casas donde el dinero lo mostraba todo: desde enormes piscinas hasta cuadros caros colgados en las paredes, sobre los cuales los dueños quizás ni siquiera sabían qué significaban. Pero aquí todo era diferente. ¿Era una decisión consciente vivir en un lugar donde la simplicidad dominaba sobre la ostentación? ¿O simplemente no consideraba necesario gastar dinero en el aspecto externo?

A través de la ventana, vi las casas vecinas: enormes mansiones con altos muros y cámaras de vigilancia, sus fachadas brillando bajo la luz gris del día. Una casa tenía una escalera de mármol que conducía a una puerta maciza con detalles dorados; otra, una pared de vidrio desde la que se podía ver un inmenso vestíbulo con una grandiosa lámpara de araña. Claramente, la gente aquí no tenía reparos en mostrar que tenían dinero. Ellos, tal vez como los personajes de las películas, vivían en un mundo donde todo se reducía a los bienes materiales. Quizás esa era su única meta: ganar cada vez más, comprar lo mejor, sin pensar que la vida es corta.

"¿Cuántas personas así he visto en películas? Esas que perseguían el dinero sin darse cuenta de que el tiempo es lo más valioso", —pensé. Alguna vez había escuchado o leído que todas esas metas materiales solo brindan una satisfacción temporal, una ilusión de control sobre nuestras vidas. Nos esforzamos por la riqueza, pero, al final, eso no nos salvará. De repente, recordé algo que había leído: "Los sabios decían que lo más importante es vivir en armonía con la naturaleza, no con los bienes materiales", pero no podía recordar de dónde lo sabía. Estos pensamientos me parecían lejanos y, al mismo tiempo, cercanos.

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