Hasta esa noche, esas cosas se habían asociado demasiado firmemente con la perversión y el incesto… pero Ángel me había hecho cambiar de opinión. Ahora, sabiendo que mi propio hermano se disponía a follarme por el ano, me sentía lo bastante libre de prejuicios como para permitírselo.
Pero, ¿a quién quería engañar? No sólo estaba dispuesta a permitirlo: deseaba la penetración de Ángel en mi ano, quería entregarme a él. Es cierto que no deseaba los ejercicios de desarrollo del ano que estaba a punto de experimentar antes de entregarme a mi hermano, pero esperaba que Ángel supiera lo que hacía. De momento, lo sabía.
Mientras tanto, el propio Ángel se excitaba cada vez más, pensando en los placeres que le esperaban. Pronto le rogaría que me dominara yo misma, y eso sería muy diferente de la preparación mecánica que hacían otros tíos antes de follarme el culo.
Si mi hermanito quiere prepararme para el anal, significa que siente verdadero amor y pasión. Y puedo ver ese deseo apasionado de poseer, de follar, de llenar el recto de su hermanita favorita.
Por mi parte, existe el mismo deseo apasionado de entregarme, de que me follen, de poner mi ano a completa disposición de mi hermano.
– Enséñame tu agujero, Nita -dijo con calma.
Abrí los ojos, me llevé las manos a las nalgas y volví a separarlas. Ángel estaba de pie entre mis piernas, de nuevo con una sonrisa lasciva y astuta en la cara y un "dilatador" en la mano.
El dilatador anal ya estaba engrasado con lubricante y brillaba a la luz. Le devolví la sonrisa a Ángel, y durante unos segundos nos miramos a los ojos. Instintivamente sabíamos que éramos parecidos sexualmente, y ahora por primera vez nos dábamos cuenta de que estábamos unidos por la lujuria y el deseo mutuos. Ángel pasó su dedo por mi ano y lo movió en su interior, sin dejar de mirarme. Yo quería al menos tocarlo con la mano, y mi hermano se daba cuenta.
"Pronto todo mi cuerpo estará en sus manos", pensé. – "Pero primero tengo que tener paciencia si mi hermano quiere jugar tanto conmigo". Ángel retiró el dedo y lo sustituyó por la punta de un dilatador anal inflable. Sostuvo la punta contra el orificio anal y la giró lentamente.
– Empuja, – me ordenó. – Empuja como si estuvieras sentada en el váter.
– Obedecí. Respiré aliviado cuando el dilatador anal penetró en mi ano sin dificultad. Ángel bombeó el aire con la pera – y sentí que el capuchón se agrandaba en mi recto. Volvió a bombear y sentí que el dispositivo presionaba mi ano, ensanchándolo más que nunca. Un bombeo más y me vi obligada a pedir clemencia:
– ¡Por favor, Ángel, no más! Por favor. – suplicaba.
– Está bien, vamos a descansar -aceptó mi hermano-. – No hay prisa.
Ángel soltó la pera y ésta quedó colgando de la manguera que sobresalía de mi ano. Mi hermano se acercó a mi lado derecho.
– Relájate -dijo-. – Descansa.
Mi ano estaba claramente estirado y abierto por el dilatador como nunca lo había estado en mi vida. Ni siquiera me había dado cuenta de que mi esfínter era capaz de dilatarse tanto.
Así que agradecí esta pausa. Ahora me parecía que mi ano ya había formado un hueco con la forma de los dedos de mi hermano. Para mi sorpresa, Ángel me cogió la mano. Me besó la palma, después de lo cual me chupó todos los dedos, uno por uno.
– Tócame. Acaríciame, – sugirió.
Acepté. Le pasé los dedos por la cara y el cuello, luego por los hombros y el pecho. Toqué sus duros pezones con el pulgar y el índice, la suave piel de su pecho. Pasé la mano por su hermoso vientre plano, por la parte baja de su espalda, y luego bajé más y toqué las firmes pelotas, sus nalgas y el interior de sus muslos.
Sentí que Ángel aún tenía una firme erección. Me cogió la mano y se la pasó por el pubis. Luego guió mi mano hasta su polla.
– Acaríciame, – repitió Ángel. – Acaríciame.
Empecé a explorar con la mano todo lo que antes había acariciado con la lengua y la nariz: los tiernos testículos de Ángel, su dura polla palpitando en mi palma, el orificio uretral de la cabeza. Empecé a introducir la punta del dedo en su ano, y mi hermano me detuvo bruscamente:
– Hermanita, a los hombres no se les toca ese sitio, – negó con la cabeza.
– En realidad, ya he jugado antes con los anos de los hombres. No veo nada malo en ello. – dije con sorpresa.
– Bueno, puede que hayas tocado a alguien ahí, pero a mí no me gusta que las chicas me toquen ahí. En nuestros juegos yo domino y hago lo que quiero, si no, no podremos construir una relación anal sana contigo.
Bajó la mano hasta mi entrepierna y me dio otro apretón en la pera. Hice una mueca de dolor… y respiré con dificultad.
– Lo siento, Ángel. No era mi intención -gemí.
Ángel me sujetó las muñecas a su cintura, de modo que yo podía alcanzarme las nalgas pero no podía llevarme las manos a la cabeza. Entonces mi hermano volvió a colocarse entre mis piernas.
– Enséñamelo, – me ordenó.
Después, Ángel jugó unos minutos con el consolador, sacudiéndolo y haciéndolo girar. Sentí que mi ano se relajaba, que la tensión de los músculos de mi esfínter disminuía.
Entonces oí el silbido del aire que Vanka expulsaba del tubo. Tiró ligeramente de la manguera y el dilatador casi salió de mi ano. Mi hermano se asombró de lo dilatado que estaba mi ano.
Cuando mantuve las nalgas abiertas, Ángel pudo inspeccionar libremente la superficie de mi recto. Sabía que tenía que actuar con rapidez; de lo contrario, los resultados de su trabajo se echarían a perder, porque el esfínter empezaría a volver a su tamaño original.
Ángel introdujo otra buena porción de lubricante en mi ano con el dedo, y luego cogió un consolador grande, el último en esta fase.
Ahora quería descubrir los verdaderos límites de mi ano. El consolador hinchable hizo un buen trabajo, y la punta del nuevo juguete de Ángel se deslizó fácilmente en mi dilatado orificio anal. Gemí con cada movimiento de mi hermano mientras tiraba, flexionaba y empujaba el consolador hacia mi recto, cada vez un poco más profundo.
– Oh, Dios… Es tan grande… Tan grueso. Me ha llenado todo el culo.
Empujé y me relajé en sincronía con los movimientos de Ángel, y el enorme consolador penetró lentamente en mi ano. Pude ver que mi hermano estaba muy concentrado. Su mirada estaba fija en el consolador que desaparecía dentro de mí, y sus labios se movían, instándome silenciosamente a entregarme por completo al consolador, a absorberlo todo.
De repente se topó con un obstáculo -una curva, como él lo llamaba- y el consolador no avanzó más. Empujé, Ángel dobló el juguete, apuntándolo a otro punto, pero todo esto no ayudó a que la punta roma del consolador de goma pasara por el estrecho lugar de mis intestinos. Y cada vez que mi hermano lo intentaba, yo gritaba de dolor.
– Mierda, Ángel. Para, por favor. Dejémonos de juegos, ya ves, no puedo con todo. ¡Por favor! – le supliqué.
Pero Ángel no paró. Me dijo que me moviera hacia atrás hasta que mis nalgas estuvieran completamente sobre la silla. Entonces mi hermano me separó el tobillo derecho y la muñeca derecha, y luego los entrelazó. Ángel dio la vuelta a la mesa y repitió la manipulación en mi lado izquierdo.
Luego, sujetando firmemente la polla de goma dentro de mí, me ayudó a darme la vuelta, primero de lado y luego boca abajo. Ángel me dejó descansar un rato y luego me puso la mano en la cintura y me ayudó a ponerme a cuatro patas. Me doblé por la mitad, con los tobillos sujetos a las muñecas, las rodillas y las piernas abiertas bajo el torso.
– A veces basta con un simple cambio de postura -dijo Ángel con calma.
Mi hermano empezó a flexionar el falo, a sacarlo y a volver a introducirlo en mi culo.
– Empuja, ayúdame, – me pidió.
Empujé y empujé el consolador hacia fuera, retorciéndome delante de Ángel, acompañando cada movimiento con jadeos y gemidos. Mi hermano cambió de enfoque, empujando más hacia la izquierda y hacia arriba, hacia la parte baja de mi espalda, flexionando enérgicamente los últimos diez centímetros de la polla de goma. Finalmente, sintió que empezaba a moverse. Y yo también lo sentí.
– ¡Oh, Dios! ¡Ángel, tengo el culo lleno de esta goma! – gemí cuando mi hermano introdujo los últimos diez centímetros en mi ano.
– Relájate, cariño -dijo Ángel suavemente-. – Ya me la había metido hasta el fondo.
No me lo podía creer. Me la había metido entera y había sobrevivido. Me sentía muy llena, pero no tanto como con los enemas. De hecho, ahora que todo el contenido estaba dentro de mí, ya no me sentía mal. Y las sensaciones en mi ano estaban empezando a excitarme de nuevo…